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- Fecha de creación 13 octubre 2020
- Última actualización 4 abril 2023
Punyaro, Imbabuela, Azama, Peguche, Quinchuquí, Agato, Camuendo, Calpaquí, Cachimuel, Pijal, Caluquí, Araque, Abatag, Ilumán, Gualsaquí, Sigsicunga, Puca Ucsha... acordes con extrañas resonancias, fórmulas
cifradas de viejas migraciones y asombrados hallazgos. Nombres, estos y unos cuantos más, en donde yacen las más herméticas claves de sentido de Otavalo o Sarance, comarca de bello paisaje y personalísima presencia indígena en una suave hoya de los Andes, un poco al norte de la línea del Ecuador.
La clave abierta y transparente, amable y casi sensual, es el paisaje. Al pie del monte, el Imbabura, señor tutelar de la hoya, serio, casi adusto, coronado de roca obscura y escarpada, reposa la laguna -llamada, en cristiano, de San Pablo-. Siempre dispuesta a acoger en su ancho y manso cristal, o azul, o verde claro, o plata, la imagen del apagado volcán. A respetuosa distancia del silencioso diálogo de monte y lago, al otro lado de alargado altozano, en breve planada orlada de lomas y vegas, abierta por corredores hacia el norte y el occidente y en lenta ascensión hacia el nudo montañoso del Mojanda por el sur, ha ido creciendo la ciudad de Otavalo, india en los círculos que la envuelven y penetran, mestiza en el centro.
La última clave -la más entrañable-, patente en mucho, pero recóndita a miradas frívolas o apresuradas en su última mismidad y substancia, es el vivir de las gentes. El contrapunto diario y múltiple de indios y mestizos - en Otavalo aman llamarse “blancos”, acaso para preservar la dudosa identidad y el acentuado contraste-, en su ser, en su hablar, en su trabajar, en el tira y afloja de un ininterrumpido comercio menudo, en el sutil y complejísimo entramado de suspicacias y recelos mutuos, en el juego sacro de las fiestas de los unos y los simples regocijos caseros de los otros.
Así y solo así, en tres registros que incansablemente nos remiten del uno al otro, ha de “leerse” Otavalo: lo histórico, lo geográfico y lo vital. (Para esta tercera clave de sentido, lo ortodoxo sería hablar de “antropológico”; pero la palabra, con su pesada connotación científica, se me hace poco sutil y como encogida para tanto como ha de requerirla. ¡A cuánta vida, en efecto, bullente, variopinta, tensa de contradicciones y recatada de secretos, ha de atender!)
Dicho de otro modo, el sentido de Otavalo ha de construirse sobre el marco geográfico, atendiendo a lo humano en su doble dimensión, diacrónica -de devenir, de historia- y sincrónica -de su ahora.
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