- Versión
- Descargar 303
- Tamaño del archivo 14.89 MB
- Recuento de archivos 1
- Fecha de creación 7 junio 2020
- Última actualización 3 abril 2023
Este libro narra los tres meses más dramáticos de la vida de Imbabura, desde los días en que una catástrofe natural redujo a escombros sus ciudades, sepultando entre las ruinas a veinte mil o más habitantes de Ibarra, Otavalo, Atuntaqui, Cotacachi, San Pablo y otras poblaciones y anejos y caseríos, hasta la hora en que comenzó a renacer de esas ruinas y se puso en camino a un futuro aún mejor de lo que quedaba atrás.
En tiempos en que el país vive una catástrofe sísmica motivada en la misma causa de la de 1868, el choque de las placas Nazca y Sudamericana, en Imbabura agravadas por las fallas geológicas había que revivir esa hora de tragedia y desesperanza, pero también de denodados empeños por superar desalientos y reasumir el espíritu emprendedor e invencible del imbabureño, como testimonio necesario para motivar las tareas actuales.
Y hacerlo ahora que al cumplirse 148 años de esa debacle, Imbabura, por esa carencia de lectura, ha olvidado los hitos heroicos realizados por el pueblo anónimo, liderados por figuras que forjaron las verdaderas páginas históricas que dan vida propia a este país. Al ser la nuestra una sociedad que no lee, nos volvemos pueblo analfabeto por desuso. Por ello reincidimos en tropezar con las mismas piedras más de una sola vez. Por ello somos, inicialmente, pueblo con memoria de grillo, más propenso a la amnesia que al análisis crítico de lo que constituyen nuestras raíces.
La identidad de la persona pasa por tres pasos fundamentales: la pertenencia a una comunidad armoniosa –un cosmos- [...] la memoria, los recuerdos sin los cuales uno no sabe quién es [...] y la de ser un humano auténtico, un mortal.
[...] Hay que saber de dónde venimos para saber quiénes somos y a dónde tenemos que ir: a este respecto, el olvido es la peor forma de despersonalización que pueda conocerse en la vida. Es una pequeña muerte dentro de la existencia y el amnésico el ser más desdichado de la tierra.3
Hernán nos alerta, con sus estudios, el de hoy -y antes con los de Pedro Moncayo, Mena Franco, Teodoro Gómez de la Torre-, sobre ese grave riesgo de volvernos amnésicos. Como en el relato homérico,
Ulises llega a una isla cuyos habitantes son personas muy raras. No comen ni pan ni carne, como los humanos mortales, sino que se alimentan de un manjar, una flor: el loto. Por esta razón los llaman “lotófagos”. [...] el loto es una flor imaginaria, maravillosa, una especie de dátil que además posee una particularidad muy notable: quién lo prueba pierde en el acto la memoria. Se vuelve amnésico y no se acuerda de nada. Ni de donde viene, ni qué hace allí y menos aún hacia dónde va. Es feliz y ya está.
El riesgo de transformar la memoria de grillo en amnesia es preocupante porque a nivel nacional cada vez hay más lotófagos. Al olvidar qué somos y qué queremos, no solo perderemos la memoria sino la propia identidad.
Hernán puede hacer suyas las palabras de Ulises: “tenía miedo de que si comieran esos dátiles, los demás olvidasen también la fecha del retorno y la razón misma del viaje”. Por ello ha dedicado parte de sus esfuerzos a procurarnos -con sus libros y artículos- antídotos para la amnesia.
Este García Moreno que nos entrega es uno de especial contenido pues con dolorosa crónica, nos recuerda la tragedia y lo que significó levantar una provincia íntegra de las ruinas de uno de los dos terremotos más devastadores que se han producido en todo el territorio ecuatoriano en los últimos 500 años. Olvidarla hace que las actuales generaciones piensen que lo que hicieron entonces parece cosa insignificante que no merece recordación.
Ese terremoto es el triunfo de la condición humana que se repone desde casi la nada; que vuelve, con fe a levantar casas, vecindarios y ciudades. Autoridades seccionales y pueblos en conjunción de esfuerzo y trabajo que tuvieron en García Moreno la figura grande que los lideró y los impulsó con su afiebrado esfuerzo a no desmayar y a aprender a caminar de nuevo.
A más de su reconocida competencia como historiador, en el caso de la obra que con orgullo se publica en esta Biblioteca del Cincuentenario del Instituto Otavaleño de Antropología, Rodríguez Castelo la ha trabajado con especial pasión, encendida, sin duda, por la inspiradora memoria de sus padres imbabureños, ibarreña su madre,
[...] Quien no conozca Ibarra, con conocimiento que merezca el nombre de tal y no se quede en la epidermis turística de las nogadas y los helados de paila, perderá mucho del secreto de este pueblo.
Autor: Hernán Rodríguez Castelo
No responses yet