Cronistas de Raigambre Indígena (I)

Cronistas de Raigambre Indígena (I)

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  • Fecha de creación 19 mayo 2021
  • Última actualización 4 abril 2023

 

Chile. La demografía histórica y sus aportes me había apasionado desde mis tempranos intentos por entender el poblamiento costero de la costa norte de mi país, por parte de hordas trashumantes de cazadores-recolectores cuyos restos había yo encontrado y descrito en yacimientos situados en la costa norte de la ciudad de Antofagasta.

Pues bien, al viajar al Ecuador mi interés primordial fue colaborar con Plutarco Cisneros en dilucidar aspectos relativos a la población temprana del extremo norte del Ecuador en la época del contacto español. El lugar elegido, Otavalo, cuna y hogar de los indios otavaleños de lengua y cultura quichua, no pudo ser mejor, por cuanto en sus proximidades inmediatas, junto a la ciudad de Ibarra, se alzaban aún las ruinas del antiguo pueblo de Caranqui, cuna del inca Atahuallpa y de su madre, esposa secundaria de Huayna Cápac. Otavalo había sido una de las más y muy importantes encomiendas de la Corona española en la sierra y de ella existían sendas Descripciones, desde los tiempos del Virrey Toledo, que aportaban una información de primera mano para nuestro propósito. Esta zona geográfica, la actual Provincia de Imbabura, representaba, pues, un lugar ideal para estudiar desde el ángulo etnohistórico la forma cómo los Incas cuzqueños y el Tawantinsuyo habían logrado someter a las tribus del septentrión ecuatoriano, en particular a los indómitos caranquis.

¿Cómo estudiar este período tan temprano? ¿Por dónde comenzar esa gigantesca labor? Cuando llegamos a Otavalo en 1977 tuve la suerte de hallar allí, en el mismo Instituto de Antropología donde me inserté, a un joven arqueólogo chileno, Fernando Plaza Schüller, que estaba estudiando precisamente los pukaras incas de la sierra en la provincia de Imbabura. Tuve la fortuna de visitar con él esas ruinas, testigos vivos de la presencia inca y de recorrer sectores bien conservados del Qhapaqñan incaico que penetraba audazmente, a través de notables sendas empedradas, las alturas del Fuya-Fuya.

 

Autor: Horacio Larrain Barros