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- Fecha de creación 15 marzo 2021
- Última actualización 4 abril 2023
Con sentido de aguda proyección social, Aníbal Buitrón, hace algo más de veinte años, señalaba un milagro de renacimiento cultural en las comunidades de Otavalo, especialmente en el sector indígena. Y su vislumbramiento de realidades posteriores ha tenido total efectivación. El Valle del Amanecer es un conglomerado humano en un área geográfica que todavía hoy, en 1971, hace honor a su título.
Aníbal Buitrón y John Collier, Jr., con calor humano, de coterráneo el primero y ambos con sobrada capacidad, hicieron una semblanza del valle en un libro que rezuma la mejor imagen de un pueblo con trayectoria.
Del análisis de los planteamientos descritos en la primera edición de la obra hasta el presente año, deducimos que poco o casi nada ha cambiado en Otavalo. El mercado de productos, de dos décadas a esta parte tiene los mismos escenarios y los indios, en esos ya ancestrales lugares, siguen comerciando. Ha variado la imagen del comprador matinal porque en la plaza de ponchos, en el ollero barrio San Sebastián, el indígena ha encontrado en el turista cupo casi suficiente para entregar sus artesanías.
La feria no ha perdido el encanto de antaño. Las plazas han mejorado de color porque hay más vistosidad resultante del mayor número de indios, mestizos, blancos y extranjeros. El detallamiento estructural de una feria sabatina se conserva tal como lo señalado en la obra. Poco se podría agregar. Quizás que hay una nueva fila de alimentos preparados: el caldo de gallina, el caldo de patas de res, el puzún y las tortillas. En esta veintena de años, ha crecido la ciudad y ha crecido su feria. El mercado general se comunica con el de ponchos a través de un arroyo humano. Cuatro cuadras largas de gente forman la aorta que, sabatinamente, en forma ininterrumpida, desde tempranas horas comunica los dos centros vitales.
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